No es con espadas ni con ejércitos
por Samuel Pagán desde El Nuevo Día
En las últimas semanas hemos sido testigos de una serie extraordinaria de demostraciones de fuerza, violencia y muerte en el Oriente Medio.
De un lado, los combatientes de Hezbolá han secuestrado a varios soldados israelíes, y, además, han llevado a efecto una campaña agresiva de ataques continuos con misiles al norte de Israel.
Del otro, las respuestas militares del ejército israelí en el Líbano han sido firmes y masivas. Esas acciones bélicas han puesto en vilo los esfuerzos de “paz con justicia” en la región, y han detenido las muy frágiles conversaciones de paz entre Israel y la Autoridad Palestina.
En efecto, las imágenes de televisión han revelado claramente los niveles de la crueldad e inmisericordia del conflicto, pues un sector importante de las bajas de guerra no es militar sino civil. Los ataques desde el sur del Líbano a Haifa, han puesto de manifiesto lo irracional del conflicto, pues es prácticamente imposible que los esfuerzos y las estrategias de Hezbolá puedan superar la extraordinaria maquinaria militar de Israel.
Y las respuestas de Israel han puesto en evidencia la imprecisión de la tecnología bélica y también la injusticia de esas reacciones, particularmente hacia los sectores civiles más vulnerables y débiles.
En el Líbano, se encuentran cara a cara los combatientes de Hezbolá con el poder de la tecnología militar israelí. Miden fuerzas: las milicias que fundamentan sus programas en la eliminación del estado judío con uno de los ejércitos más poderosos del mundo y se encuentra la guerrilla urbana y rural de Hezbolá, con lo más desarrollado de las llamadas “ciencias militares” contemporáneas.
Sin embargo, para comprender bien lo que sucede en el Líbano, y también en otros escenarios de guerra en el Oriente Medio, hay que tomar en consideración uno de los factores más importantes de los orígenes del conflicto: el futuro de Palestina como un estado independiente. Y ese necesario y requerido estado palestino debe ser, además, económicamente sostenible y políticamente viable.
Es decir, que los análisis críticos y precisos del conflicto en el Líbano, Cisjordania, la franja de Gaza y el resto del Oriente Medio -por ejemplo, Irán e Irak- no pueden soslayar, si desean ser efectivos, el importante tema palestino, que puede ser un factor determinante en el desarrollo de las conversaciones de paz en la región.
Israel está frente a un desafío formidable: ya ha probado que la fuerza militar no es suficiente para llegar a acuerdos de paz permanentes y justos con sus vecinos. Ha experimentado que las decisiones unilaterales no conducen a la pacificación de la región. Ha descubierto que las treguas y altos al fuego no son duraderos. Y ha visto que la construcción de muros no termina con la violencia. El estado israelí debe percatarse que su seguridad nacional está íntimamente relacionada con el establecimiento y la viabilidad del nuevo estado palestino.
Le corresponde ahora a ambos pueblos explorar otros caminos hacia la paz duradera. Es hora de deponer las armas y vivir lo que afirmaron los antiguos profetas bíblicos: la fuerza militar no es adecuada para superar los conflictos internacionales que deben dirimirse en la mesa del diálogo digno, justo y respetuoso.
La única forma de tener un estado israelí fuerte y seguro, es con la implantación de la justicia en los territorios palestinos, que se relaciona con la creación de estructuras políticas, sociales y económicas que contribuyan positivamente al bienestar del pueblo. En efecto, una vez más se escuchan las voces proféticas, que nos recuerdan el importante mensaje de la paz: “No es con espadas ni con ejércitos, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor”.