23 enero 2007

Quiero aprender a lamentar

Traigo del blog en español de Ricardo Gondim esta reciente publicación. Quisiera que mis visitantes puedan leer acerca del cristianismo del que me siento parte, y deseo seguir. Si alguien puede saborear tanto lamento, entonces me sentiré acompañado...

><>
Quiero aprender a lamentar
por Ricardo Gondim

El profeta Ezequiel comió un libro repleto de lamentos, llantos y ayes. Después de llenar su estomago, afirmó: “Y yo me lo comí, y era tan dulce como la miel” (Ez. 3:3). ¿Cómo puede tal libro saber dulce en la boca de alguien? Es muy extraño saborear lamentos en una sociedad hedonista y obsesionada por el éxito. Pero, felices los que lloran y alivian el corazón de sus dolores; ellos consiguen ahogar sus coherencias con lágrimas; lloran sin la persecución de la lógica y no les importa la censura. Alguien dijo que el poeta sólo es poeta si sufre, también puede afirmarse: el profeta sólo es profeta cuando aprende a lamentar.

Abracé, por años, una fe discursiva, triunfalista y racional que me hizo olvidar el valor del lamento. Yo asociaba el llanto a la debilidad. Consideraba que el mensaje del evangelio transformaría a las personas en vencedores imbatibles y que nada podría sacudir a un creyente. Hasta que leí al teólogo judío, Abraham Joshua Heschel. Con él aprendí una nueva dimensión sobre la intimidad con Dios. Heschel afirmaba que los profetas no fueron meros portavoces de la voz divina, sino personas llamadas para comulgar con el pathos de Jehová – palabra griega que significa sentimiento. Para él, ser profeta representaba el privilegio de participar de las emociones divinas. Así que, cuando Jeremías, por ejemplo, llora y lamenta, las lágrimas no son suyas, sino las de Dios.

El apóstol Pablo también pensó en esa identidad profética al afirmar en Filipenses 1:29. “Porque a ustedes se les ha concedido no sólo creer en Cristo, sino también sufrir por él”.

Así que, quiero volverme íntimo de Dios, no sólo para celebrar su presencia en lo que hay de bonito y loable, sino también para aprender a lamentar con Él, los horrores de un mundo que no comprende su voluntad.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar la suerte de África que viene siendo diezmada por el avance del sida. Sabré llorar la muerte innecesaria de millones de niños que se amontonan en campos de refugiados, expulsados por las guerras étnicas. Lamentaré el descanso de las naciones ricas, tan preocupadas consigo mismas. Sufriré porque ellas se comportan como Caín, que le respondió al Señor: “¿Soy yo responsable por mi hermano?”.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar el drama de los pequeños países latinoamericanos sin recursos naturales y sin posibilidades para pagar sus deudas. Con los ojos llenos de lágrimas, recordaré que toda América Latina fue robada, explotada y usada por imperios que se llevaron de aquí oro, plata, cobre, hierro, madera y bananas. Lamentaré que no haya una justicia retributiva para que esos países sean indemnizados y no sufran tanto. Lloraré por la hemorragia de la riqueza latinoamericana que gasta todo lo que produce para pagar intereses extorsivos.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar lo que sucede en mi patria. Lloraré por los ríos que se convirtieron en cloacas, por los bosques talados, por la saña del mercado y por las playas que perdieron su virginidad blanca, inundadas de basura. Sentiré mi corazón apuñalado cuando recuerde que Brasil se volvió una amenaza para la humanidad; una Amazonas desvastada representará, tal vez, el desequilibrio final y total del sistema ecológico global.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para llorar por la existencia de clínicas clandestinas de abortos, míseros cuartos donde travestis negocian barato el cuerpo, mendigos que duermen con sus familias bajo puentes, y favelas inmundas que se multiplican en las márgenes de los riachos fétidos. Deseo comprender lo que significó para Jesús afirmar: “Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños” (Mt. 18:14).

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para lamentar la exportación de niños que servirán al sórdido mercado de la pedofilia. Quiero llorar al Brasil que se transformó en ruta de turismo sexual. ¿Conseguiré expresar mi tristeza porque mi país es conocido internacionalmente por su violencia, sensualidad, desnudez e irresponsabilidad? Hoy ya me siento constreñido por saber que los cónsules tratan a los brasileños como oportunistas que sólo desean emigrar a sus países como subempleados. Me avergüenza cuando observo brasileños llegando al aeropuerto, para luego verlos esposados, porque no fueron bienvenidos.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para lamentar que muchos sectores evangélicos de occidente se alinearon a una geopolítica norteamericana desastrosa. Lloraré porque han apoyado una guerra, y por hacer inviable el diálogo con el mundo islámico. Es lamentable que los musulmanes identifiquen a los cristianos como infieles sanguinarios y legitimadores de una doctrina bélica.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para poder lamentar la pérdida de la credibilidad de la iglesia. Es necesario que me duelan los fracasos morales que se suceden; el clero que despoja al pobre; los sermones que se volvieron irrelevantes y la fe que se transformó en mercadería. Cerca de Dios, sabré valorar la sangre de los mártires, de los misioneros y el esfuerzo de los teólogos. Diré que la fe no puede perderse en un mar de obviedades. ¡Quiero indignarme por los discursos vacíos, las promesas irreales y la banalizacion del milagro!

Anhelo ser tan íntimo de Dios como el profeta Isaías. Yo también diré que Dios odia las fiestas religiosas y las muchas oraciones hechas en su nombre sin que se busque la justicia, combata la opresión y defienda el derecho de la viuda y del huérfano. Se que hay tiempo para la celebración, pero hoy quiero aprender a lamentar.

Soli Deo Gloria.

16 enero 2007

El legado del Martin Luther King

De La Jornada

Nueva York, 15 de enero. "Sabía que nunca podría pronunciarme contra la violencia de los oprimidos en los ghettos sin primero haber hablado claramente ante el surtidor de violencia más grande en el mundo hoy día: mi propio gobierno", declaró el reverendo Martin Luther King Jr. hace casi 40 años en torno a la guerra en Vietnam, pero esas palabras no forman parte de ningún acto oficial hoy al celebrarse el día federal dedicado a esa figura.

(...) Más aún, el esfuerzo por anular parte del mensaje de disidencia King de la versión oficial revelan que sus palabras siguen vigentes 40 años después, en un país que está en medio de otra guerra. "Este negocio de quemar a seres humanos con napalm, de llenar los hogares de nuestro país con huérfanos y viudas, de inyectar la droga envenenada del odio a las venas de personas normalmente humanitarias, de enviar a casa a hombres minusválidos y sicológicamente trastornados que regresan de campos de batalla oscuros y sangrientos, eso no puede reconciliarse con la sabiduría, la justicia y el amor. Una nación que continúa, año tras año, gastando más en la defensa militar que en programas de asistencia social, se está aproximando a la muerte espiritual", declaró King en su famoso discurso el 4 de abril de 1967 en la iglesia Riverside en Nueva York.

(...) En su discurso en Nueva York, King denunció la guerra injusta contra los vietnamitas, pero también se refiere a los efectos que esto tiene contra los jóvenes estadunidenses enviados a esa guerra. Dijo que no sólo se estaba sujetando a estas tropas al "proceso brutalizador" de cualquier guerra, sino también que "estamos agregando el cinismo al proceso de muerte, ya que ellos (las tropas) se enterarán, en poco tiempo, que ninguna de las cosas en nombre de las cuales se dice que estamos luchando son parte de esto. No tarda para que entiendan que su gobierno los ha enviado a una lucha entre vietnamitas, y los más sofisticados seguramente se dan cuenta que estamos de lado de los ricos, los seguros, mientras creamos un infierno para los pobres".

Exigió: "de alguna manera esta locura tiene que detenerse. Debemos detenerla ahora". King convocó a la protesta, a todo tipo de acción contra la guerra. Condenó el silencio, incluso el suyo en los años anteriores, al declarar que era una traición. "No podemos mantenernos silenciosos mientras nuestra nación realiza una de las guerras más crueles y sin sentido de la historia".

No es sorprendente que Bush y otros políticos prefieran no recordar estas palabras, y que los grandes medios tampoco difundan este mensaje hoy. Ni siquiera la nueva presidenta de la Cámara baja ­y por lo tanto líder de la oposición política a la presidencia­ Nancy Pelosi, hizo alusión a estas palabras de King.

(...) ¿Podría ser que Reagan entendía que la forma más fácil para deshacerse de Martin Luther King Jr. era rendirle culto? Honrarlo con un día feriado que él nunca hubiese deseado para celebrar su natalicio y su muerte sin comprometernos con su visión o su amor. Es más fácil elogiar a un héroe muerto que reconocer y seguir a un profeta vivo.

Pero el creciente coro de denuncia, de protesta, y de oposición a la guerra en Irak está rodeando al presidente y otros políticos mientras escriben tarjetas a víctimas de las consecuencias de sus políticas. Unos cuantos políticos, líderes religiosos, opositores a la guerra y defensores de la historia del pueblo sí recordaron y buscaron hoy hacer rebotar los ecos de la condena moral y política del reverendo sobre la actual coyuntura. A pesar del gigantesco esfuerzo para impedirlo, la sonora voz de King y sus aliados aún rompen el silencio oficial por todo el país.

09 enero 2007

Puedes juntar las manos - Girondo

Tenía 16 años cuando descubrí la poesía de Oliverio Girondo. Y todo gracias a mi profesora de literatura de 4º año del secundario, que pensaba (pobre) que yo tenía algún talento para la composición.
Girondo, locura y genialidad. Gracias profe!, de aquellos días de estudiante, uno de mis mejores recuerdos.

Puedes juntar las manos

La gente dice:
Polvo,
Sideral,
Funerario,
y se queda tranquila,
contenta,
satisfecha.
Pero escucha ese grillo,
esa brizna de noche,
de vida enloquecida.
Ahora es cuando canta
Ahora
y no mañana
Precisamente ahora.
Aquí.
A nuestro lado...
como si no pudiera cantar en otra parte.
¿Comprendes?
Yo tampoco.
Yo no comprendo nada.
No tan sólo tus manos son un puro milagro.
Un traspiés,
un olvido,
y acaso fueras mosca,
lechuga,
cocodrilo.
Y después...
esa estrella.
No preguntes.
¡Misterio!
El silencio.
Tu pelo.
Y el fervor,
la aquiescencia
del universo entero,
para lograr tus poros,
esa ortiga,
esa piedra.

Puedes juntar las manos.
Amputarte las trenzas.
Yo daré mientras tanto tres vueltas de carnero.
Oliverio Girondo
(1891-1967)

Con las venas abiertas

Rescato algunos fragmentos del libro "Las Venas Abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano.

Se lo dedico a mis hermanos mapuche, guaraníes, zapotecos, mixtecos, otomíes, náhuatl, kayapó. A todos los que, con su existencia y su lucha, contradicen el "había una vez" de los libros de historia.

A los taínos, presos de una isla muy pequeña y de un mar demasiado grande para escapar del exterminio.

A Bartolomé de las Casas, porque hizo lo que pudo.

><>
En 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían se veían obligados a pagar tributos por los muertos. El monarca dijo, además, que los indios eran comprados y vendidos. Que dormían a la intemperie. Que las madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas. (...)
Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: «Es que se ocultan -decía- para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas».
Manaba sin cesar el metal de las vetas americanas, y de la corte española llegaban, también sin cesar, ordenanzas que otorgaban una protección de papel y una dignidad de tinta a los indígenas, cuyo trabajo extenuante sustentaba al reino. La ficción de la legalidad amparaba al indio; la explotación de la realidad lo desangraba. (...)
A fines del siglo XVIII, Concolorcorvo, por cuyas venas corría sangre indígena, renegaba así de los suyos: «No negamos que las minas consumen número considerable de indios, pero esto no procede del trabajo que tienen en las minas de plata y azogue, sino del libertinaje en que viven» (...)
No faltaban las justificaciones ideológicas. La sangría del Nuevo Mundo se convertía en un acto de caridad o una razón de fe. Junto con la culpa nació todo un sistema de coartadas para las conciencias culpables. Se transformaba a los indios en bestias de carga, porque resistían un peso mayor que el que soportaba el débil lomo de la llama, y de paso se comprobaba que, en efecto, los indios eran bestias de carga. Un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo en las minas para curar la «maldad natural» de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. El conde de Buffon afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles, «ninguna actividad del alma». (...)
En el siglo XVIII, los indios, los sobrevivientes, aseguraban la vida cómoda de muchas generaciones por venir. Como los dioses vencidos persistían en sus memorias, no faltaban coartadas santas para el usufructo de su mano de obra por parte de los vencedores: los indios eran paganos, no merecían otra vida. ¿Tiempos pasados? Cuatrocientos veinte años después de la Bula del Papa Paulo III, en septiembre de 1957, la Corte Suprema de justicia del Paraguay emitió una circular comunicando a todos los jueces del país que «los indios son tan seres humanos como los otros habitantes de la república ... » Y el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción realizó posteriormente una encuesta reveladora en la capital y en el interior: de cada diez paraguayos, ocho creen que «los indios son como animales».
En Caaguazú, en el Alto Paraná y en el Chaco, los indios son cazados como fieras, vendidos a precios baratos y explotados en régimen de virtual esclavitud. Sin embargo, casi todos los paraguayos tienen sangre indígena, y el Paraguay no se cansa de componer canciones, poemas y discursos en homenaje al «alma guaraní». (...)
Los indios han padecido y padecen -síntesis del drama de toda América Latina- la maldición de su propia riqueza. (...)
Las matanzas de los indígenas que comenzaron con Colón nunca cesaron. En Uruguay y en la Patagonia argentina, los indios fueron exterminados, el siglo pasado, por tropas que los buscaron y los acorralaron en los bosques o en el desierto, con el fin de que no estorbaran el avance organizado de los latifundios ganaderos.