15 junio 2007

Bienaventuranzas mayores

En el "Día Internacional sobre la Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez".

Bienaventuranzas Mayores

Bienaventurados los viejos que todavía ríen, porque gozan del cariño de sus nietos.

Bienaventurados los viejos que todavía lloran, porque saben de dolores del cuerpo y del alma.

Bienaventurados los viejos que todavía aman, porque descubrieron el secreto de la eterna juventud.

Bienaventurados los viejos que todavía cultivan amistades, porque nunca estarán solos.


Bienaventurados los viejos que todavía bailan, porque sus movimientos son una caricia para el alma.


Bienaventurados los viejos que todavía creen, porque dejarán una herencia incalculable.


Bienaventurados los viejos que repiten historias, porque siguen evocando vivencias.


Bienaventurados los viejos que perdieron su autonomía, porque nos recuerdan la esencia sagrada que está más allá del cuerpo y de la inteligencia.


Bienaventurados los viejos que saben ser padres, madres, abuelos y abuelas; aún cuando lo que una sea el amor y no la sangre.


¡Bienaventurados sean los viejos!

15 mayo 2007

Esas cosas que tiene la vida

El sábado recibí un correo de Pablo, un amigo de Uruguay con quien compartimos la fe y el déficit de una enzima hepática llamada “Alfa 1 antitripsina”. Contaba que estaba nervioso pues le habían avisado de un posible donante. Finalmente su tan esperado y necesario transplante de pulmón parecía ser inminente.

Al siguiente día recordamos a Pablo, mi hermano valdense, durante las oraciones en la iglesia luterana. Durante la tarde hablé por teléfono con su hija quien me comentó sobre la cirugía en donde su papá había recibido “nuevos pulmones” el día anterior, y también que se encontraba estable a pesar de algunas complicaciones propias de una intervención tan importante.

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En la madrugada del martes leía la maravillosa poesía existencialista del Eclesiastés, recordando la antigua tradición litúrgica de la imposición de cenizas con la frase: “Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás”.

Me encontraba en la sala de espera de emergencias de un hospital, aguardando la derivación de mi suegro hacia otro centro de salud. Había sufrido un desmayo con pérdida del conocimiento en su casa y gracias al aviso de los vecinos, que lo vieron desvanecido, pudimos llegar nosotros y también la ambulancia.

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Al volver hoy en la tarde del hospital, y ya habiendo dejando a mi suegro compensado y lúcido, revisé mis correos antes de irme a descansar.

Un breve mensaje de otro amigo, portugués y también “alfa”, nos comunicaba que Pablo había fallecido en la noche del lunes de un paro cardiorrespiratorio durante su postoperatorio en Buenos Aires. Pensé en su hija, que estaba tan animada cuando hablamos por teléfono; y también en la tristeza que la noticia me provocó.

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Los tiempos de morir, de llorar y de perder, están más cerca de lo que podemos imaginar. Y por eso nos conmocionan, nos golpean cuando suceden y nos dejan sin palabras; sin la posibilidad de una reacción ensayada de antemano.

Quisiera que mi fe, siempre un proyecto en construcción, tenga espacio suficiente para sobrellevar y acompañar a otros: más en las tristezas que en las alegrías; más en el sufrimiento que en alivio; más en el quebranto que en la satisfacción. Por si no nos hemos dado cuenta aún, nuestra experiencia vital está colmada más de despojo que de restauración.

Así, el Dios en el que creo y al que sirvo está presente en el muere, en el que llora y en el que pierde. Ya su presencia no está asociada al milagro, mero apéndice de su irrupción extra-ordinaria en la historia, tanto como a su propia criatura, imagen y semejanza de su Creador.


Por Pablo, que supo luchar hasta el final.

03 mayo 2007

Historias que marcaron mi historia I

Sucedió en un pueblito de México, una noche de abril hace algunos años. Hacía pocos días había salido de Brasil (mi otra "casa") para ayudar en la clase de computación en un curso orientado a hablantes de lenguas nativas en Oaxaca. ¡Por fin!, el momento deseado había llegado. Estaba lleno de expectativas por trabajar entre indígenas.

De ese tiempo el recuerdo más lindo, sin ninguna duda, es el del reencuentro con Lory. Nos habíamos conocido en Buenos Aires un año antes y luego nos seguimos escribiendo por correo electrónico (mientras yo disfrutaba el verano de Brasilia y ella padecía el invierno de Moscú). Trabajar juntos en aquel curso afianzó nuestra amistad y anticipó nuestro noviazgo que, en poquitos meses, se transformaría en matrimonio. Vivíamos nuestras vidas, como misioneros, entre un sitio y otro; así, una relación "transcontinental" no hubiera sido ni sabia ni duradera. Llenos de felicidad nos casamos y seguimos viajando, juntos. Pero esa ya es otra historia...

Sigo. En el curso tuvimos líderes de distintas edades que habían llegado de varias comunidades de todo el país. Aquel año hubo mujeres y hombres zapotecos, mixtecos, náhuatl, otomíes y mixes. La mayoría eran traductores o asistentes en el proceso de la traducción de la Biblia al idioma de sus pueblos, y eran tanto evangélicos como católicos. También ese año comenzaban a llegar maestros bilingües, profesores indígenas de escuelas primarias, que buscaban una mayor preparación.

El curso era muy intensivo, por lo que compartíamos todos los días e incluso los fines de semana, que aprovechábamos para irnos de excursión. Mi tarea era la de enseñarles a utilizar la computadora, desde encenderla y apagarla hasta producir materiales como textos, gacetillas y cuentos en sus idiomas. Como estábamos alojados en distintas habitaciones del mismo centro aprovechábamos las noches para irnos a comer tacos, o el sonido de una guitarra nos reunía espontáneamente. Descubrí en ese viaje el talento para la música, y la resistencia para el canto, de mis hermanos indígenas mexicanos. Sin importar lo fuerte de la jornada, ¡podían pasar horas haciendo música!

Una de esas noches, y en sintonía con la cultura de todos los pueblos representados allí, nos reunimos a "hablar nuestros temas"; las mujeres en la cocina del apartamento de Lory, y los varones en el apartamento de uno de los estudiantes. Es entonces donde hombres y mujeres, por separado, cuentan detalles de su vida, de su pueblo, exponen el corazón y hacen amigos.

Recuerdo que llego, invitado por los estudiantes, a la reunión de hombres y lanzo mi primera pregunta: "¿y qué opinan ustedes del Subcomandante Marcos?" De repente, un silencio sepulcral. Las miradas se cruzan y yo me pongo rojo como un tomate. – ¿Habré "metido la pata"? – pensé. Pasa el tiempo y uno de ellos, tímidamente, me confiesa: "No, es que los misioneros nos han dicho que aquí no podemos hablar de política" Claro, me estaba hablando de los otros misioneros, los altos, rubios y de ojos claros. Y yo aclaro, varias veces, que vengo del sur, que también soy misionero y que mi piel y mi rostro es así porque también soy indígena, y que conmigo pueden hablar de lo que quieran y en confianza. Sólo cinco minutos después estábamos todos en una apasionada discusión entre pro zapatistas y anti zapatistas, a puertas cerradas.

Uno de ellos, a quien voy a llamar por el seudónimo de Omar, escuchaba y participaba con dificultad de la charla. En aquel entonces él tendría una 50 años, quizá ¿menos? (la vida dura en los campos de café y de maíz hace que la piel engañe al documento). Debido a su voz nasal, su hablar entrecortado, y esos momentos en que Omar parecía estar "en la luna" – con la mirada perdida, sin gesticular y desconectado del mundo – era el blanco de algunas bromas por parte de sus compañeros. Yo conocía otras dificultades que él tenía frente a la computadora, pues varias veces nos habíamos quedado fuera del horario de clases a practicar una y otra vez los pasos básicos, sin importar que al siguiente día Omar parecía haberlo olvidado casi todo.

Como suele ocurrir, la charla que inicialmente era de política derivó en confesión de algunos dolores una vez que todos nos sentimos en confianza. Omar comenzó a hablar y nos pidió que le tengamos paciencia, que nos iba a contar el por qué de sus dificultades verbales y de atención. Desde su conversión, hacía ya varios años, había colaborado en la traducción bíblica y trabajaba con una lingüista en la traducción del Nuevo Testamento a su lengua. Inicialmente había enseñado su idioma a la misionera y luego había comenzado a participar en el proceso de corrección de los textos que se iban traduciendo. Enfrentaba mucha oposición en su pueblo debido a que, usualmente, se acusa a los nativos que colaboran en la traducción de la Biblia de "vender" su idioma; además de la negativa de cualquier presencia evangélica entre ellos. A mí esto siempre me llamó la atención pues, una vez que el Nuevo Testamento está impreso en el idioma y mientras las minorías evangélicas siguen discutiendo sobre quien es dueño del “monopolio” de la verdadera denominación, los católicos suelen ser los primeros en utilizar la traducción evangélica en la liturgia.

Un día, al salir Omar de la casa de la lingüista y mientras regresaba a su casa por un camino solitario y polvoriento, unos hombres le prepararon una emboscada. Eran unos sujetos que lo conocían y tenían un propósito muy claro: que desistiera de la traducción y de ser “evangelista”. Entre lágrimas, Omar nos contó que lo golpearon, abusaron de él y lo dejaron desnudo e inconsciente tirado en una zanja. Pasó toda la noche allí hasta que su esposa, con la luz del día y desesperada por su ausencia, lo encontró.

Las heridas que sufrió le dejaron cicatrices por fuera y por dentro. Huesos rotos, pérdida de dientes y otros traumatismos; entre ellos la pérdida de la visión de un ojo a causa de las patadas que había recibido. Todos los que escuchamos a Omar estábamos conmovidos. Nos contó que, además de sus evidentes problemas de dicción, desde aquel atentado también tenía dificultad para dormir y recurrentes síntomas de algo que los psicólogos llaman "ataques de pánico".

Su historia no termina con la tragedia, a pesar de todo lo sucedido él continuó involucrado en la traducción de la Biblia; incluso cuando yo lo conocí estaba muy entusiasmado por el trabajo que aún quedaba por realizar. Naturalmente la pregunta surgió con sinceridad y con preocupación de quienes lo estábamos escuchando: "Omar, ¿y no consideraste dejar todo y proteger tu vida?". Él, con una sonrisa en el rostro (ese gesto que se dibuja en la cara de quien ha vivido mucho, como quien está “de vuelta") respondió: – "Yo conozco al Señor, y se que servirle tiene un precio. Si el precio es mi vida, lo pago con gusto" –.

Al recordar el valor y la espiritualidad de este buen hombre, cuya educación formal apenas alcanzaba la escuela primaria, me viene la nostalgia de esas noches de charlas con mis hermanos indígenas. La historia de Omar sirve de parábola para abrir los ojos al sufrimiento y reconocer la tenacidad de los pueblos nativos Latinoamericanos que, a diferencia de los libros de historia, sí existen hoy, y luchan y trabajan por un futuro mejor.

Cuando hablamos con Lory de nuestros alumnos, Omar es uno de los primeros que nombramos con el deseo de algún día verle nuevamente. Su historia marcó mi historia, y hoy lo recuerdo con gran admiración.

22 abril 2007

Dos años

Un día como hoy quisiera encontrarte en mis sueños. Como aquella vez que te estaba esperando en la vereda de casa y vos llegabas emocionado; y al acercarte estabas tan alto que yo apenas te llegaba el centro del pecho. Esa vez nos abrazamos y lloramos de alegría.

Un día como hoy quiero agradecer cada uno de tus gestos de amor, los que conocí y aquellos que se hicieron en silencio, pues se que la mayoría fueron inmerecidos.

Un día como hoy quiero llenar de recuerdos, y de fe, esa parte mutilada de mí.

Hasta el día que estemos juntos nuevamente, espero tener el tiempo suficiente para honrar tu memoria. Siento que recién empecé.


17 abril 2007

El Dios Crucificado

Volví a escuchar su nombre y su historia hace un par de días durante una prédica dominical. Regresé a casa y comencé la búsqueda de un preciado libro que quiero seguir leyendo y conservando (a pesar de tantas mudanzas). Estoy hablando de Jürgen Moltmann, y el libro: Temas para una Teología de la Esperanza.

Admiro a este hombre, como a tantos hombres y mujeres que saben hacer teología y hablar de la iglesia, desde adentro. Escucho su voz, como la de Bonhoeffer, como la de Gondim. Se que no todo está dicho. Y si no todo está dicho, no todo está perdido.

El sufrimiento precede al pensamiento y la pregunta por Dios surge de lo más profundo del dolor por la injusticia en el mundo, y del sentimiento de desamparo en el sufrimiento. Muchos son los movimientos y las luchas en los que la historia pareciera reconcentrarse: luchas por el poder, luchas de clase, conflictos raciales. Pero si se busca una categoría histórica universal adecuada, sólo se la encontrará, por detrás de todos los procesos y las luchas, en la historia del sufrimiento del mundo. Los hombres se diferencian unos de otros en lo que tienen, pero en lo que no tienen son solidarios. En los positivo los hombres se separan unos de otros, pero en lo negativo se igualan. La experiencia del sufrimiento en el mundo supera la alternativa entre la religión y el ateismo. Frente al sufrimiento en el mundo, no es posible creer en la existencia de un Dios benévolo y todopoderoso, que “todo lo rige de manera soberanamente magnifica”. Una fe que justifica la injusticia en el mundo y no lucha contra ella es inhumana. Pero, por otra parte, la protesta contra la injusticia perdería su energía si cayera en el ateismo, para el cual este mundo es todo lo que existe. El furioso espíritu del clamor contra la injusticia es empujado por el anhelo de algo totalmente distinto. Dostoievski lo representa en la figura de Iván Karamazov, de modo impresionante. Iván es el ansia irrenunciable de justicia. No hay sufrimiento consciente a causa de la injusticia sin una pasión por la justicia en el mundo, y por el juez que la garantice definitivamente. Por consiguiente, si el sufrimiento pone en tela de juicio la idea de un Dios justo, por una parte, el anhelo de justicia y de un juez que la garantice, por la otra, pone en tela de juicio el sufrimiento y lo convierte en dolor consciente. Más allá del teísmo y del ateismo, el sufrimiento, y la protesta contra el sufrimiento llevan a la cuestión de la teodicea: Si Dios es justo, ¿por qué el mal? El aguijón en la pregunta “¿por qué el sufrimiento?” es Dios. El aguijón en la pregunta por Dios es el sufrimiento.

El teísmo tradicional responde a esta doble pregunta por Dios y por el sufrimiento con la justificación de este mundo como un “mundo de Dios”; este mundo, tal como es, es un espejo de la divinidad. Hoy ya no es posible dar esa respuesta. El espejo se ha roto.

El ateismo tradicional, por su lado, priva de fundamento a la pregunta por Dios de los que sufren. “La única excusa de Dios frente al sufrimiento es que no existe” - dijo Nietzsche; pero esto en la práctica significa: Si se quita a los hombres la costumbre de preguntar por el sentido de la vida y por justicia en el mudo, muy pronto dejaran de cuestionar la existencia del mal.

¿Qué significa, en el contexto de la historia del sufrimiento del mundo, el recuerdo de la historia de la pasión de Cristo? Antes de responder a estar pregunta tenemos que conocer lo que la historia de la pasión de Cristo significa para Dios mismo, y por consiguiente lo que revela para la fe cristiana. Un Dios que reina en el cielo, en una dicha impasible, es inaceptable para los hombres que sufren. Quizá la teología cristiana tenga que retomar de una manera nueva la vieja pregunta del patripasionismo: ¿Ha sufrido Dios mismo? ¿Un Dios incapaz de sufrir… no seria también un Dios incapaz de amar, y por ello mismo más pobre que cualquier hombre que experimenta compasión? Y, por otra parte, ¿Qué puede significar un Dios sufriente para los hombres que sufren?

La teología cristiana, entonces, puede enfrentarse a los sufrimientos del mundo sin la ilusión religiosa y sin la resignación atea cuando ha mirado cara a cara la pasión de Cristo y ha reconocido al Ser divino en la muerte de Cristo. Recién cuando se ponga en claro lo que sucedió entre el Jesús que muere y su Dios y "Padre", se revelará lo que este Dios significa para los que sufren y están abandonados en esta tierra.
Jürgen Moltmann
Temas para una Teología de la Esperanza. Ed. La Aurora.
del capítulo “El Dios Crucificado”, pág. 64 – 65.

10 abril 2007

La aparición a los 10

Iba a publicar un fragmento de este texto, pero es tan notable que utilizar el habitual método de pastiche (haciendo decir al autor sólo lo que yo quiero que diga) sería un error.

Espero que alguien más lo disfrute tanto como yo. El autor es profesor de Nuevo Testamento y Secretario de Investigaciones de ISEDET.

¡Verdaderamente ha resucitado!


Aparición a los 10*
por Dr. Néstor Miguez

La puerta está trancada. El cuarto, ni grande ni chico, apenas es iluminado por un ventanuco alto. La luz de los arreboles del poniente, levemente violácea, lo hacía todo más fantasmal. Una mesa está corrida a un costado, contra la pared, bajo la ventana.

Sentado sobre la mesa, los pies colgando, hay un hombre bastante joven, con el bozo apenas sombreándole el rostro, aunque un rictus incierto le marca las facciones suaves. Detrás de él otro hombre descansa sobre la mesa. Es largo para su improvisado lecho, y las piernas, de la rodilla en más, le quedan al aire. Está volteado hacia la pared, la cabeza sobre una mano, la otra tomándose la nuca; pero se nota que no duerme. Cada tanto se sacude con un profundo suspiro, como un quejido, como un llanto.

Otro se esconde bajo la mesa, sentado con las piernas recogidas, la espalda apoyada en la pared. Apenas un bulto arrojado allí para que no estorbara, no se distinguía en la oscuridad. Forzando la vista se distingue la cabeza, que le cae entre las rodillas, sobre el pecho. Más allá, de pie, un cuarto varón, recostado sobre la misma pared. Era el más inquieto de ese grupo. Por momentos se ponía en cuclillas, luego se paraba, levantaba un pie y lo apoyaba en la pared, lo volvía a bajar, se erguía, sacudía los hombros, se dejaba caer nuevamente espalda a la pared, las manos colgando, se volvía a enderezar... El más joven lo observaba cada tanto, y luego volvía a mirarse las manos entrelazadas.

Una silla, cerca de esa mesa, es ocupada por un tipo bajo, de piel más oscura. Está sentado con la silla al revés, las piernas abiertas, los brazos cruzados apoyados sobre el respaldo, el mentón apoyado sobre el brazo. La tupida barba oscura, casi hasta los ojos, no me deja ver su gesto, pero no oculta el brillo de su sudor, quizás sus lágrimas. En la esquina había otro de rodillas, sentado sobre sus talones, mirando cabizbajo al rincón. Tenía la ropa rasgada. Era el único que producía un ruido constante, un murmullo permanente. Se balanceaba como en trance.

Un pequeño banco de madera se ubica contra la otra pared, opuesta a la puerta. Lo ocupan otros dos hombres, que por el parecido bien podía pensarse que son hermanos. Uno tiene las manos sobre las rodillas, mirando fijamente a la puerta, como si en cualquier momento fuera a salir disparado hacia allí; el pecho descubierto, velludo. Cada tanto sacudía la cabeza de arriba hacia abajo, apretando los dientes; o, pasado un tiempo, cerraba los ojos, movía la cabeza de izquierda a derecha, y entonces se mordía el labio inferior. El otro hermano (si lo era) ha cruzado el brazo izquierdo sobre el pecho, la mano en cuja, sosteniendo el codo del otro brazo, en cuyo puño apoya la cara. Tenía una actitud más reflexiva.

Finalmente el más anciano, calva y barba canosa, está un poco apartado, junto a otro más alto y joven, aunque no mucho, parado al costado, ambos mirando a la pared. El anciano cada tanto levanta un puño y golpea la pared repetidas veces, como con ira. A veces, impotente, se golpea la cabeza contra la pared, y lanzando un gemido lastimero, o un grito desgarrador... “¡No, no, no...!”. El otro trata de contenerlo, consolarlo, rodeándolo con ambos brazos, las manos en el hombro. Lo estrechaba contra sí, le hablaba al oído. El viejo pareció serenarse, se afloja... pero un rato más tarde volvía a repetir sus gestos autodestructivos.

Allí están encerrados esos diez hombres. Cerradas las puertas, cerradas las esperanzas. Cerrado un tiempo de expectativas, de entusiasmo, de peligros inadvertidos, de peligros advertidos y afrontados, y otros advertidos sin saber qué hacer. Un tiempo de frases enigmáticas que ahora se revelan, se rebelan, los desvelan, y se ocultan, los abisman.

Pasadas fueron también las horas provocativas y lacerantes de los últimos días, la excitación enloquecida que produce esa sensación de no estar pasando pero pasa, de no estar ocurriendo pero ocurre, de no puede ser pero es. Después de todo, los sentimientos también se palpan.

También el peligro y la muerte excitan. También la cobardía se vive intensamente, requiere decisión y cuidado. Hay que decidir decir no, hay que afrontar el temor de ser descubierto al negar, al mentir. Y después, se sabe, hay que vivir con ello encima mucho tiempo. Y pesa, tanto o más que la temeridad que no se tuvo, tanto o más que la traición, otra heroicidad al revés. Pero ahora ni eso. Solo esta nada, que ni a la muerte impulsa.

Abatidos, y me queda corta la palabra. Esa es la sensación que recibo cuando los miro. La derrota por fuera y por dentro. La derrota en una lucha que nunca llegó verdaderamente a darse, el sentido de haber perdido una posibilidad que nunca llegó a ser.

Según dicen, uno vio y creyó, pero nada dice, quizás por que ni siquiera está entre ellos. Otra vio entre lágrimas y reconoció entre suspiros, pero tampoco está, porque es mujer y las mujeres no son creíbles, y menos se si sospechan de enamoradas. Según dicen, otro vio y no creyó, porque no entendía nada aún. Uno que nada dice, otra a quien nadie cree, el otro que nada entiende. Y en todos una sensación de nada que invade (vanidad de vanidades, dice el predicador...uno lo recuerda pero no se atreve a decirlo...). Ese sentimiento de vacío que solo deja lugar a esa otra sensación de nada que es el temor, que demora los tiempos hasta el infinito, donde el sentido se consume a sí mismo.

Allí están. Así están. Temor, angustia, desamparo, desilusión. Extraños galileos encerrados en Jerusalén, sospechados por el poderoso Consejo, sin alternativas ni reservas. Desorientados, ¿qué podían esperar? Nada peor que la vida sin espera, cuando se conoció la vida que viene.

Vuelvo a contarlos: uno, el que está acostado en la mesa, y el joven sentado en ella, dos. Tres, el de debajo de la mesa. Cuatro el inquieto. Cinco el que está a horcajadas de la silla. El arrodillado del rincón, seis. Los dos hermanos hacen ocho. El viejo y su amigo, nueve y diez; once el que está parado en el medio... ¿el que está parado en el medio?

No estaba antes.... Nadie sabe desde hace cuanto que está allí, cómo entró... ni yo mismo, invisible observador advenedizo, me di cuenta. Ellos tampoco, cada uno ensimismado en su propio quebranto.

Ahora habla, los saluda con el tradicional “Shalom”.

Entonces lo miran. Los rostros cambian de temor a asombro, se quedan como petrificados. Miran de nuevo, fuerzan los ojos en la penumbra... No puede ser, es un efecto de la poca luz... El recién llegado levanta las manos y se las muestra, hace un gesto y se levanta la ropa del costado del cuerpo. Es un aparecido en quien viven todos los desaparecidos.

Todos se miran sorprendidos. El que estaba bajo la mesa se golpea la cabeza por levantarse de golpe, pero se ríe, se ríe como loco. El viejo cae de rodillas, el arrodillado se levanta como si tuviera un resorte. El inquieto grita y salta, y luego se tira al piso boquiabierto. Todos se acercan, lo rodean. Los hermanos dejan sus sillas, se abrazan, van a empezar a bailar, pero se detienen porque escuchan que el recién llegado vuelve a hablar. De repente se paran todos en torno de él. Vuelve a saludarlos con el deseo de paz. Yo también lo reconocí, me conmuevo, me desencajo. Aunque conocía el cuento, otra cosa es verlo, vivirlo. Notar lo que pasó en esos hombres, en mí, viendo al resucitado; pero claro, yo, por ahora, no cuento; ellos son reales, yo, un personaje de ficción llegado del futuro...

El resucitado trae la vida en exceso, después de haber visto aquí la vida en receso. Contagia de resurrección, impulsa a la alegría sin sentido, a la vida contra la vida. ¡Viva la vida para siempre!, contra la vida para nunca que te tiran cada día los cultores del culto. Estoy mirando el presente de la vida eterna, y descubro que no hay otra vida eterna que la que comienza en este presente que ahora vivo, de esta experiencia única que mi relato apenas intenta reconstruir. Pero que no hay presente si no fuera por esta vida eterna. Lo miro, y no puedo creer lo que veo. Solo cuando ya no lo vea, podré creer, confiar en lo que vi.

–“Como el Padre me envió, yo los envío”... Esto me sorprende más, si se puede. ¿Enviar a estos miedosos de puertas cerradas? Me dan gana de interrumpirlo... “Pero Maestro, ¿no los viste hace un minuto?; si daban para hacer una elegía, un tango tristísimo. Cambian de humor y se dejan caer, es una turba de llorones aterrados. Yo lo he visto recién. No tienen madera para estas cosas. No te olvides de las tonterías que dijeron más de una vez, de sus groseras incomprensiones, cómo te dejaron solo, como ahora se encerraron de miedo. Tú los conoces, los llamaste e instruiste, los cuidaste, los soportaste, llegaste a quererlos como amigos... eso lo entiendo; pero decirles que harán lo tú haces... ¿no es mucho?... ¿no es sobrevalorarlos? Las mujeres tuvieron más agallas que ellos, te acompañaron a la cruz, estuvieron contigo. El otro joven se mostró más dispuesto, incluso. Si no te pudieron acompañar en el exceso de la cruz, ¿cómo te acompañarán en el exceso de la resurrección? ¿Cómo vas a confiar en ellos, cómo los vas a comparar contigo mismo? Nunca podrán ser enviados como tú, obradores de justicia, nunca podrán ser señales de ninguna plenitud, pastores de ningún rebaño, anunciadores de ninguna valentía... Tú eres la vida, ellos la mediocridad. Volverán a su pesca triste, a su deambular de rutinas...

En eso un soplido, un viento ancestral, sale de la boca de ese resucitado. Comunica lo incomunicable, dice lo indecible, se hace yo en mi yo. Es un aliento celestial, un espíritu santo, es el espíritu del aparecido. De repente siento que mis reticencias y mis preguntas eran ridículas, que yo mismo tengo que salir a publicar lo que acabo de ver, que mis peores dolores son, sin embargo, señales de amor, que todos somos pastores y rebaños, que puedo afirmar lo inafirmable, porque he visto al Resucitado. Que soy justo en una nueva justicia, que nada me retiene, que estoy suelto de mis peores ataduras, que mis pecados son mis opciones, puedo ir más allá de cualquier desilusión, que cada cosa que me ha destruido también me construye, que cada desvío me abrió un nuevo camino. Que si me quiero quedar atado, es porque no he sentido que puedo aventurarme en la terrible demanda de la libertad.

* basado en Juan 20:19-31
Tomado de Estudios Exegético Homiléticos - 084 - Abril de 2007

08 abril 2007

Recuerdos de Semana Santa

Caminamos, cada Viernes Santo, los pocos kilómetros que nos conducían a través del pueblo hasta el patio del templo.

La primera vez llegué allí por curiosidad, para escuchar el sermón sobre las “siete palabras”; las veces siguientes fue por necesidad. En aquel pueblo del sur de Oaxaca encontré un espacio que me ayudó a recordar la historia y acrecentar mi fe en el Cristo del madero.

Fue uno de esos viernes que tomé la foto que está entre las más bellas que aún conservo, la de una mujer zapoteca adorando a su Cristo indígena al pie de la cruz. Pocos meses después, durante una clase que dábamos en la universidad, esta misma foto escandalizaría a mis propios hermanos evangélicos e iconoclastas.

Regreso, de vez en cuando, a caminar en mi imaginación por aquellas calles angostas, a sentir el viento arenoso de la tarde y el aroma a copal.

Este es mi recuerdo del Viernes Santo en Mitla, “la ciudad sagrada de los muertos” en lengua náhuatl. En la redacción de mi historia, es el pueblo donde celebré la vida, un capitulo que aún sigue abierto…

28 febrero 2007

Escándalo y locura

"Pablo describe la imagen, inaudita para la época, de un Dios que no es más grandioso; no es colérico, ni terrible, ni lleno de poder como el de los judíos, sino que es débil y misericordioso al punto de dejarse crucificar – lo que, a los ojos del judaísmo de la época, ¡bastaría para probar que no tenia nada de divino!

Pero él tampoco es ni cósmico ni sublime como el de los griegos que, de modo panteísta, hacen de él la estructura perfecta de Todo el universo.

Y es justamente ese escándalo y esa locura que constituyen su fuerza: es por su humanidad, exigida de quienes van a creer, que él se va a volver el portavoz de los débiles, de los pequeños, de los subalternos.

Centenas de millones de personas se reconocen, aún hoy, en la extraña fuerza de esa debilidad misma".

Luc Ferry, del libro "Aprender a vivir".
Filósofo y ex-ministro de Educación de Francia.
Citado por Ricardo Gondim en www.ricardogondim.com.br

27 febrero 2007

Retiro espiritual

Este sábado, 24 de febrero, fue uno de esos días que espero recordar por mucho tiempo. Celebré mi cumpleaños =) acompañado de mi esposa, mi suegra, y unos muy queridos hermanos de la iglesia luterana.

Todos participamos del retiro espiritual de Cuaresma, y fuimos hospedados en una capilla franciscana del pueblo de Manatí, aquí en Puerto Rico.

Tantas cosas han pasado en estos 31 años! Compartir y aprender de mis hermanos luteranos es una de las experiencias maravillosas de la vida. Gracias a Dios!


22 febrero 2007

Gracia que nos transfigura

"Ser tocado por la gracia no significa... simplemente hacer progresos de orden moral en nuestro combate contra determinados defectos particulares o en nuestras relaciones con los demás y con la sociedad.

El progreso moral puede ser un fruto de la gracia, pero no es la gracia misma; puede incluso cerrarnos a la gracia... Y, ciertamente, la gracia no viene cuando tratamos de apropiárnosla, ni tampoco mientras, en nuestra autosuficiencia, pensemos que no tenemos necesidad de ella.

La gracia nos toca cuando nos hallamos angustiados y no tenemos reposo. Nos alcanza cuando caminamos por el valle sombrío de una vida vacía y desprovista de sentido. Nos invade cuando sentimos que nuestra alienación es más profunda, porque hemos arruinado otra vida... Nos toca cuando la insatisfacción con nosotros mismos, nuestra indiferencia, nuestra debilidad, nuestra hostilidad, nuestra falta de rectitud y nuestro comportamiento, se nos han hecho insoportables. Nos toca cuando, año tras año, nuestro deseo de una vida perfecta no se ve satisfecho, cuando nuestras inveteradas tensiones siguen esclavizándonos como han venido haciéndolo durante decenios, cuando la desesperación destruye toda alegría y todo animo.

A veces, en uno de esos momentos una ráfaga de luz atraviesa nuestras tinieblas, y es como si una voz nos liberase: "Tú eres aceptado. Tú eres aceptado por alguien más grande que tú y cuyo nombre no conoces. No preguntes ahora cuál es ese nombre; tal vez lo descubras más tarde. No trates ahora de hacer nada; tal vez lo hagas mucho más adelante. Acepta simplemente el hecho de que eres aceptado".

Cuando esto nos ocurre, experimentamos lo que es la gracia. Después de semejante experiencia, tal vez no seamos mejores que antes ni creamos más que antes. Pero todo ha quedado transformado. En ese momento, la gracia triunfa sobre el pecado, y la reconciliación supera el abismo de la alienación. Y nada se exige para esta experiencia: ningún presupuesto religioso, moral o intelectual; no se pide más que la aceptación".

P. Tillich

13 febrero 2007

Kyrie Eleison o "el libro que se me pegó a la mano"

Leo sobre la fe. Me gusta. Disfruto esos puntos de encuentro con casi todos los autores que puedo leer. Dri, Gondim, Marina, Mujica, Ronchi y Rooy son mis compañeros de camino en lo que va del 2007.

Estoy leyendo Kyrie Eleison (Ed. Troquel) del escritor, poeta y cura argentino Hugo Mujica. Comparto algunos pasajes que he disfrutado mucho. Espero que la jornada por recorrer nos proporcione más instantes llenos de gracia como estos.

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La promesa renacentista de hacernos personas se replegó en ser individuos, los individuos degeneraron en sujetos, sujetos de todo, sujetos a todos los objetos.
Frente al maquinismo, al coloso construido por el hombre enajenado de él, no hay distancia de reverencia ni cercanía de intimidad: no hay relación, solo función. Las actividades humanas, lejos de personalizar e integrar, tipifican y disuelven, masifican y estandarizan. Ser diferente se torna ser culpable.
El hombre ya no comprende. Ocasionalmente trata de reflexionar sobre su existencia, buscar el significado y el valor de la vida, su vida. De tanto en tanto, y sólo de tanto en tanto, reflexionamos. Pero también sabemos la otra verdad, la verdad que prevalece, tememos pensar, tememos desengañarnos de las verdades con que nos mentimos.
Cuando el hombre piensa, cuando ocasionalmente lo hace, comienza a abstraer, a sacar conclusiones, a barajar silogismos... Más que pensar, aunque use palabras, calcula, computa, programa. También su reflexión esta resquebrajada, esta entrojada en el cuadriculado de la razón, enajenada de su intelecto, alienada de su corazón. En todas sus ideas parece campear el mismo prejuicio, la misma limitación: su reduccionismo, su querer explicar todo por la parte, lo más por lo menos, la verdad por su verdad.
En búsqueda de su última realidad, de su último fundamento, el hombre se siente perdido. Mide la distancia que lo separa de ella… Se descubre extranjero de su origen, incapaz de su destino… Pero el hombre no esta solo, nunca fue dejado solo.
Peregrino hacia su corazón, llega a descubrir en el fondo de su ser una realidad desde la cual viene y hacia la que va; una inaprehensible irradiación, una gratuita comunión.
El hombre se descubre, se escucha, proyecto viviente de Dios, gesto de Dios.
En este itinerario hacia el propio destino, Dios aparece como Otro sólo después de una larga trayectoria, de una larga marcha de la humanidad y de cada hombre. Su trascendencia se va diafanando a medida que el camino va orillando donde ya no es camino. Después viene el salto, la entrega hacia Aquel que viene desde nuestra misma caída.
Salto sobre el abismo no sólo ontológico sino también culpable, salto hacia el hiato tan humanamente infranqueable que es expresión no solo de la trascendencia de Dios sino también de la salvación que nos regala, de la gracia salvífica de Cristo Jesús. Salto hacia donde ya no hay lugar, sino Presencia, encuentro, gracia recreadora, salvación.
Esta unión personal con un Dios personal, excede todo otro modo de relación, todo otro modo de unión, de intimidad, de personalización. Todo lo que constituye al hombre, sus luces y sus sombras, lo que es y lo llamado a ser, su misterio y su aparecer, su logro y su fracaso, está presente en esta inasible participación con su Creador. Todo lo que el hombre realiza o destruye, lo que elige u omite, lo religan o lo alienan a Él.
Sin esta apertura relacional el hombre no podría ser, no podría ir recibiendo al ser de Aquel que le va creando, que le va amando. La persona se realiza en esta trascendencia, trascendiéndose a sí misma hacia delante: asumiendo y labrando la historia, trascendiéndose desde sí misma, dejándose embargar, transfigurar.
Esta constante búsqueda, donde lo escondido del corazón costea lo escondido de Dios, donde "un abismo llama al otro abismo", recorre la historia del hombre, la recorre por tantos años como años tiene su existir.

12 febrero 2007

Un día en Borders

El sábado estuvimos con Lory, casi todo el día, disfrutando de la librería Borders de Plaza las Américas. "Plaza", como se conoce comúnmente, es uno de los mayores shoppings de todo el Caribe. El auténtico templo mayor del espíritu consumista puertorriqueño.

Es cierto que nuestros valores distan mucho de los diamantes de las vidrieras, los trajes Armani, las automóviles Jaguar y de todo un sinfín de nimiedades -no menos atrayentes- que se pueden encontrar allí. Sin embargo, confieso que Borders nos atrae irresistiblemente.

Hay varias razones para esa 'atracción': vivimos en una isla-ciudad con cada vez menos espacio verde para disfrutar en un día libre, las expresiones artísticas -teatro, danza, ópera- son escasas (hablo comparando, injustamente, Puerto Rico con Buenos Aires) y porque Borders es la única "mega" librería que hemos encontrado aquí. Si alguien sabe de otra, por favor, nos avisa! Ahora que lo pienso, es lo único "mega" que me gusta :)

Allí, al igual que en El Ateneo, uno puede sentarse a leer el tiempo y la cantidad de libros que desee, tomando un café en el segundo piso o tirado en el suelo -a falta de mayores bancos y sillones-. Eso sí, con algo más de desorden y no tanto silencio, pero se disfruta igual.

En el piso superior, además de libros y más libros, uno se encuentra con toda una gran sección de música, otra de conciertos y películas en DVDs. Muchos aprovechan para conectarse a Internet inalámbrica con su laptop, y otros, como yo, andamos tomando notas con lápiz y papel. Hasta hay un espacio donde, todo el que lo desee, puede sentarse a jugar ajedrez con ancianos muy experimentados en esas guerras de peones.

Lory viendo libros de management y liderazgo
Esta vez anduve viendo, alucinado, la autobiografía de Nelson Mandela y el libro de Desmond Tutu "No Future Without Forgiveness" (No hay Futuro sin Perdón). Terminé con un libro chiquito pegado a la mano, que me obligó a traerlo a casa, ya contaré de él en un próximo post...

09 febrero 2007

Mkhulu

"No nací con hambre de libertad, nací libre en todos los aspectos que me era dado conocer. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea (...) Solo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando empecé a añorarla."

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"Cuando salí de la cárcel ésa era mi misión: liberar tanto al oprimido como al opresor. Hay quien dice que ese objetivo ya ha sido alcanzado, pero sé que no es así. La verdad es que aún no somos libres; solo hemos logrado la libertad de ser libres, el derecho a no ser oprimidos. Ser libre no es simplemente desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo que respete y aumente la libertad de los demás."
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"He recorrido un largo camino hacia la libertad. He intentado no titubear. He dado pasos en falso en mi recorrido, pero he descubierto el gran secreto. Tras subir una colina, uno descubre que hay muchas más colinas detrás. Me he concedido aquí un momento de reposo, para lanzar una mirada hacia el glorioso panorama que me rodea, para volver la vista atrás hacia el trecho que he recorrido. Pero solo puedo descansar un instante, ya que la libertad trae consigo responsabilidades y no me atrevo a quedarme rezagado. Mi largo camino aún no ha terminado."

Mkhulu (abuelo) Nelson Mandela

04 febrero 2007

Mis cinco centavos

Tomo la posta que me dejó Jaaziel, aquí van unas cinco (menos mal que son cinco nada más :) cosas que no saben de mí. Este es mi meme:

1. Mi apellido: Ñanco, Ñamku o Ñanku, es el nombre -en lengua mapuzugum - de un águila venerada en la espiritualidad del pueblo mapuche. Mi papá había nacido en una comunidad indígena del sur argentino. Hay algunos longkos (caciques) entre mis antepasados... así que más respeto por favor, jejeje. (Ver link)

2. Estudié guitarra clásica durante 8 años, pero no insistan porque no ejerzo, jeje... también algo de mimo, teatro, artes varias. He hecho de todo un poco, casi casi como un artista de circo, o debería decir ¿un hijo de pastor? Ahhh, actué como "El brujito de Gulubú" cuando tenía 10 años (la anécdota menos vergonzosa de mi paso por la escuela primaria, se pueden imaginar las otras, ja!)

3. Con Lory, mi esposa, nos conocimos en Argentina, nos enamoramos en México, nos comprometimos en Estados Unidos y nos casamos en Puerto Rico. Un noviazgo, compromiso, y casamiento, prácticamente "aéreos"... Aunque vivimos acá en el Caribe, nos encanta el sur argentino, particularmente la zona de El Bolsón y Lago Puelo, entre Río Negro y Chubut.

4. Tuve un perro llamado 'Kaiser Pichichus' (traducido: el emperador de los perros :) Negro azabache, hermoso animal. Cuando me fui de casa a estudiar a Brasil me contaron que se puso como loco y se escapó para ir a buscarme. Si alguien lo ve, por favor, me avisa.

5. Casi me ahogo en el mar. Pero no fue aquí, sino en Mar del Plata y hace varios años. Me había ido con Christian, mi amigazo del alma, de vacaciones; ambos éramos solteros aún. El cuento corto: agua fría, ineptitud para nadar, un par de temerarios, muy a lo profundo. Nos sacaron los guardavidas. Anécdotas de juventud que sirven para entretener las reuniones familiares :)P

Hablando de aguas y mares, ¡que nadie se me enoje! pero voy a develar aquí el 'misterio' de mi negativa a volver a entrar a la playa de Mar del Plata. No fue la cuasi-ahogada, no, no. Vean esta secuencia de fotos satelitales de las playas en donde alguna vez me sumergí, y sabrán por qué a la última -Cabo Rojo- además de tenerla cerca... no la cambio por nada :)

Cualquiera que pase por esta isla, lea, y quiera contar sus "cinco centavos" está invitado a continuar la posta. Eso sí, avísen!

¿A quienes me gustaría invitar a que cuenten sus 'cinco cosas desconocidas', pero es imposible?

- A mi profesor de guitarra, el muy querido Juan María Melzi. El mismo que estuvo con Andrés Segovia y con tantos "grandes" de verdad. Está mayor y no es un hombre "electrónico". Quizás cuando vuelva a Buenos Aires y vaya a saludarlo como de costumbre, le pregunto :)

- A otro profesor, éste para nada admirado ni querido, el Dr. Scala. El que en plena clase de biología del secundario vociferó de las bondades del gobierno de Hitler y dijo que el führer jamás había matado siquiera a un solo judío. ¿Cuántas cosas habrá escondido tu corazón ario? Está muerto, hace tiempo que lo estaba.

Y tengo muchos otros y otras, pero el post ya está largo :)

23 enero 2007

Quiero aprender a lamentar

Traigo del blog en español de Ricardo Gondim esta reciente publicación. Quisiera que mis visitantes puedan leer acerca del cristianismo del que me siento parte, y deseo seguir. Si alguien puede saborear tanto lamento, entonces me sentiré acompañado...

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Quiero aprender a lamentar
por Ricardo Gondim

El profeta Ezequiel comió un libro repleto de lamentos, llantos y ayes. Después de llenar su estomago, afirmó: “Y yo me lo comí, y era tan dulce como la miel” (Ez. 3:3). ¿Cómo puede tal libro saber dulce en la boca de alguien? Es muy extraño saborear lamentos en una sociedad hedonista y obsesionada por el éxito. Pero, felices los que lloran y alivian el corazón de sus dolores; ellos consiguen ahogar sus coherencias con lágrimas; lloran sin la persecución de la lógica y no les importa la censura. Alguien dijo que el poeta sólo es poeta si sufre, también puede afirmarse: el profeta sólo es profeta cuando aprende a lamentar.

Abracé, por años, una fe discursiva, triunfalista y racional que me hizo olvidar el valor del lamento. Yo asociaba el llanto a la debilidad. Consideraba que el mensaje del evangelio transformaría a las personas en vencedores imbatibles y que nada podría sacudir a un creyente. Hasta que leí al teólogo judío, Abraham Joshua Heschel. Con él aprendí una nueva dimensión sobre la intimidad con Dios. Heschel afirmaba que los profetas no fueron meros portavoces de la voz divina, sino personas llamadas para comulgar con el pathos de Jehová – palabra griega que significa sentimiento. Para él, ser profeta representaba el privilegio de participar de las emociones divinas. Así que, cuando Jeremías, por ejemplo, llora y lamenta, las lágrimas no son suyas, sino las de Dios.

El apóstol Pablo también pensó en esa identidad profética al afirmar en Filipenses 1:29. “Porque a ustedes se les ha concedido no sólo creer en Cristo, sino también sufrir por él”.

Así que, quiero volverme íntimo de Dios, no sólo para celebrar su presencia en lo que hay de bonito y loable, sino también para aprender a lamentar con Él, los horrores de un mundo que no comprende su voluntad.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar la suerte de África que viene siendo diezmada por el avance del sida. Sabré llorar la muerte innecesaria de millones de niños que se amontonan en campos de refugiados, expulsados por las guerras étnicas. Lamentaré el descanso de las naciones ricas, tan preocupadas consigo mismas. Sufriré porque ellas se comportan como Caín, que le respondió al Señor: “¿Soy yo responsable por mi hermano?”.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar el drama de los pequeños países latinoamericanos sin recursos naturales y sin posibilidades para pagar sus deudas. Con los ojos llenos de lágrimas, recordaré que toda América Latina fue robada, explotada y usada por imperios que se llevaron de aquí oro, plata, cobre, hierro, madera y bananas. Lamentaré que no haya una justicia retributiva para que esos países sean indemnizados y no sufran tanto. Lloraré por la hemorragia de la riqueza latinoamericana que gasta todo lo que produce para pagar intereses extorsivos.

Quiero conocer el corazón de Dios para lamentar lo que sucede en mi patria. Lloraré por los ríos que se convirtieron en cloacas, por los bosques talados, por la saña del mercado y por las playas que perdieron su virginidad blanca, inundadas de basura. Sentiré mi corazón apuñalado cuando recuerde que Brasil se volvió una amenaza para la humanidad; una Amazonas desvastada representará, tal vez, el desequilibrio final y total del sistema ecológico global.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para llorar por la existencia de clínicas clandestinas de abortos, míseros cuartos donde travestis negocian barato el cuerpo, mendigos que duermen con sus familias bajo puentes, y favelas inmundas que se multiplican en las márgenes de los riachos fétidos. Deseo comprender lo que significó para Jesús afirmar: “Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños” (Mt. 18:14).

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para lamentar la exportación de niños que servirán al sórdido mercado de la pedofilia. Quiero llorar al Brasil que se transformó en ruta de turismo sexual. ¿Conseguiré expresar mi tristeza porque mi país es conocido internacionalmente por su violencia, sensualidad, desnudez e irresponsabilidad? Hoy ya me siento constreñido por saber que los cónsules tratan a los brasileños como oportunistas que sólo desean emigrar a sus países como subempleados. Me avergüenza cuando observo brasileños llegando al aeropuerto, para luego verlos esposados, porque no fueron bienvenidos.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para lamentar que muchos sectores evangélicos de occidente se alinearon a una geopolítica norteamericana desastrosa. Lloraré porque han apoyado una guerra, y por hacer inviable el diálogo con el mundo islámico. Es lamentable que los musulmanes identifiquen a los cristianos como infieles sanguinarios y legitimadores de una doctrina bélica.

Quiero conocer mejor el corazón de Dios para poder lamentar la pérdida de la credibilidad de la iglesia. Es necesario que me duelan los fracasos morales que se suceden; el clero que despoja al pobre; los sermones que se volvieron irrelevantes y la fe que se transformó en mercadería. Cerca de Dios, sabré valorar la sangre de los mártires, de los misioneros y el esfuerzo de los teólogos. Diré que la fe no puede perderse en un mar de obviedades. ¡Quiero indignarme por los discursos vacíos, las promesas irreales y la banalizacion del milagro!

Anhelo ser tan íntimo de Dios como el profeta Isaías. Yo también diré que Dios odia las fiestas religiosas y las muchas oraciones hechas en su nombre sin que se busque la justicia, combata la opresión y defienda el derecho de la viuda y del huérfano. Se que hay tiempo para la celebración, pero hoy quiero aprender a lamentar.

Soli Deo Gloria.