12 agosto 2006

No es con espadas ni con ejércitos

por Samuel Pagán desde El Nuevo Día

En las últimas semanas hemos sido testigos de una serie extraordinaria de demostraciones de fuerza, violencia y muerte en el Oriente Medio.

De un lado, los combatientes de Hezbolá han secuestrado a varios soldados israelíes, y, además, han llevado a efecto una campaña agresiva de ataques continuos con misiles al norte de Israel.

Del otro, las respuestas militares del ejército israelí en el Líbano han sido firmes y masivas. Esas acciones bélicas han puesto en vilo los esfuerzos de “paz con justicia” en la región, y han detenido las muy frágiles conversaciones de paz entre Israel y la Autoridad Palestina.

En efecto, las imágenes de televisión han revelado claramente los niveles de la crueldad e inmisericordia del conflicto, pues un sector importante de las bajas de guerra no es militar sino civil. Los ataques desde el sur del Líbano a Haifa, han puesto de manifiesto lo irracional del conflicto, pues es prácticamente imposible que los esfuerzos y las estrategias de Hezbolá puedan superar la extraordinaria maquinaria militar de Israel.

Y las respuestas de Israel han puesto en evidencia la imprecisión de la tecnología bélica y también la injusticia de esas reacciones, particularmente hacia los sectores civiles más vulnerables y débiles.

En el Líbano, se encuentran cara a cara los combatientes de Hezbolá con el poder de la tecnología militar israelí. Miden fuerzas: las milicias que fundamentan sus programas en la eliminación del estado judío con uno de los ejércitos más poderosos del mundo y se encuentra la guerrilla urbana y rural de Hezbolá, con lo más desarrollado de las llamadas “ciencias militares” contemporáneas.

Sin embargo, para comprender bien lo que sucede en el Líbano, y también en otros escenarios de guerra en el Oriente Medio, hay que tomar en consideración uno de los factores más importantes de los orígenes del conflicto: el futuro de Palestina como un estado independiente. Y ese necesario y requerido estado palestino debe ser, además, económicamente sostenible y políticamente viable.

Es decir, que los análisis críticos y precisos del conflicto en el Líbano, Cisjordania, la franja de Gaza y el resto del Oriente Medio -por ejemplo, Irán e Irak- no pueden soslayar, si desean ser efectivos, el importante tema palestino, que puede ser un factor determinante en el desarrollo de las conversaciones de paz en la región.

Israel está frente a un desafío formidable: ya ha probado que la fuerza militar no es suficiente para llegar a acuerdos de paz permanentes y justos con sus vecinos. Ha experimentado que las decisiones unilaterales no conducen a la pacificación de la región. Ha descubierto que las treguas y altos al fuego no son duraderos. Y ha visto que la construcción de muros no termina con la violencia. El estado israelí debe percatarse que su seguridad nacional está íntimamente relacionada con el establecimiento y la viabilidad del nuevo estado palestino.

Le corresponde ahora a ambos pueblos explorar otros caminos hacia la paz duradera. Es hora de deponer las armas y vivir lo que afirmaron los antiguos profetas bíblicos: la fuerza militar no es adecuada para superar los conflictos internacionales que deben dirimirse en la mesa del diálogo digno, justo y respetuoso.

La única forma de tener un estado israelí fuerte y seguro, es con la implantación de la justicia en los territorios palestinos, que se relaciona con la creación de estructuras políticas, sociales y económicas que contribuyan positivamente al bienestar del pueblo. En efecto, una vez más se escuchan las voces proféticas, que nos recuerdan el importante mensaje de la paz: “No es con espadas ni con ejércitos, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor”.